Francisco Romero Gómez, conocido como Curro Romero, nació en la calle del Ángel, núm. 12, el uno de diciembre de 1933 (y no 1935, como alguna vez se creyó), en Camas (Sevilla). Era hijo de Francisco y Andrea, único varón y segundo hijo. Tomó la alternativa el 18 de Marzo de 1959 en Valencia. Padrino Gregario Sánchez. Testigo Jaime Ostos. Mató un toro del Conde de la Corte.
Quizá no haya habido una mejor y más completa leyenda que la de Curro Romero y que se haya perpetuado a lo largo de tanto tiempo y tantas generaciones. Tanto que todos los toreros parecen haber toreado alguna vez con Curro Romero.
Curro siempre tuvo buen cuidado de no prodigarse en exceso, limitando el número de corridas en las que intervenía a lo largo de las temporadas. No toreaba además, más que en aquellas plazas en las que se sentía a gusto.
Si bien había toreado en plazas importantes, su "salida" al mundo de las corridas de toros, puede fijarse en función de un error de los hermanos Lozano, a la sazón más preocupados de su "producto", Palomo Linares. Curro había fracasado en Sevilla, Palomo había sido contratado en Las Ventas y los Lozano necesitaban un telonero que no empañara el previsible éxito de Palomo Linares. Fue contratado con el visto bueno de los Lozano, para una sustitución en la feria de San Isidro, "acompañando" a Palomo.
Aquel día señalado fue el 24 de mayo de 1973 y muy posiblemente fuera también en aquella tarde una de las mejores actuaciones de romero en las Ventas. Vuelta al ruedo en su primero. La locura en el segundo en el que cuajó una faena perfectísima, sobre la mano derecha con un gran toro "Marismeño", de Benítez Cubero. Se montó en la cresta de la ola y pese a sus constantes baches, ya nunca se bajó de ella. Clamores, broncas y escándalos jalonaron una carrera, ajena a la indiferencia.
Su fracaso lo enjugaba un quite, un destello, un desplante. El "mañana será" se convirtió en el credo de todos.
Sevilla le vio, nada menos que cinco veces por la Puerta del Príncipe. Madrid le ha visto siete veces cruzar su puerta Grande. Muchos han sido testigos de casi una docena de actuaciones históricas, como aquella de Granada donde, según el crítico Vicente Zabala, "se pararon los relojes" en una corrida del Corpus y todos pudieron ver como más tarde, en San Sebastián, poco antes de desaparecer la antigua plaza de Cofre, como se torea al natural, sin aspavientos, ni historias. Solo "naturalmente". Pero ese toreo es el más peligroso, aunque pueda parecer el más sencillo y por ello sufrió muchas cornadas a lo largo de su vida en activo.
Aún se recuerda una magnífica conferencia de Vicente Zabala, con motivo de la feria de abril de 1993, en el teatro Lope de Vega de Sevilla, repleto de público y de aficionados, que -como recordaba el conferenciante- hubo dos momentos que le emocionaron y sobresaltaron, uno cuando citó a Pepe Luis Vázquez y el otro al final cuando se refirió a Curro Romero, como "don Francisco Romero López" y el público, que abarrotaba el teatro, saltó como un resorte.
Se crea una mística, de la que forman parte broncas estrepitosas, las almohadillas volando al ruedo, los rollos de papel higiénico, pero todos absolutamente todos, están al aguardo -por si suena la flauta- de los vuelos de su capote, de la suavidad de terciopelo de su mínima muleta. Muletero de pequeña superficie de tela, que desterró de su toreo esas, tan frecuentes, mantas zamoranas, que a modo de muletones acompañan muchas faenas de otros toreros. Con él todo se hacía pequeño y justo ante el toro. Es en los años sesenta, el resurgir de 1973 y el de los ochenta, cuando todos le creían en baja, que renace, como el ave fénix, de sus cenizas, pero ya empieza a ser rescoldo entre cenizas.
Curro siempre ha sabido, casi desde la misma salida del toro, si le iba o no el toro, si era su toro, tenía para ello un olfato especial para ver al toro, como un sexto sentido, y de ahí que se afligiera tan pronto y con tanta frecuencia, que tirara casi desde un principio la toalla. Si no le gusta el toro toda su labor se centra en machetear, trotar alrededor, cortar toda arrancada, sirviéndose para ello de su gran técnica, que esta si que ha tenido y muy buena. No cree en el luchar por luchar, no quiere fias ni porfias a las que entienda no ha sido llamado. Desesperaba a todos ¿Por qué no se molesta en comprobar si no es su toro? Romero no le gusta enseñar a los toros. No se siente maestro de escuela. Quiere su producto ya licenciado universitario.
Su capote se mueve con una majestad faraónica, y por eso le llaman "El Faraón de Camas", y sobre todo le achacan ese duende gitano, como patente de la casa. Aunque Curro no sea gitano, los gitanos lo sienten como suyo como son y han sido siempre y a él le gusta, pues se siente cómodo con ellos. Aficionado al cante, amigo intimo de ese monstruo del flamenco que se llamó Camarón, a quien lloró, como tantos otros.
y su muleta, necesariamente como un paluelo plagado, es de ensueño, a media altura llevando al toro en volandas, por alto, por ayudados, naturales y derechazos. Cosecha propia y única; pero sobre todo ello su innata elegancia, su prestancia de torero en la calle y en la plaza, su modestia, su senequismo, que tiñen de alegría sus curiosos "kikirikis". Así es y será siempre el maestro de todos, Curro Romero. Su personalísimo pase de pecho, caricia, carantoña hecha a mujer amada, es danza flamenca al irse del toro, al realizar el adorno sandunguero, al ejecutar el molinete, el airoso "kikiriki". Siempre genial, mayestático, saleroso, pero también hondo.
Se da entre los suyos una fidelidad ciega al maestro, que algunas veces les ha llevado a la desesperación en la espera; y una fidelidad del maestro a su toreo, que nunca quiso abandonar, rechazando la galería y los "brindis al sol", siempre sin adulteraciones, no apelando a recursos fáciles. Es el maestro, al decir de los suyos, "una persona seria, una persona formal, como hay que ser en la vida".
Su faena del 24 de mayo de 1973 fue una de tantas faenas inesperadas del Faraón de Camas, porque efectivamente Curro Romero ha sido siempre un artista imprevisible.
El aroma particular de su toreo podía aparecer en cualquier momento. Lo mismo se podía sentir inspirado por talo tal toro, que negarse a torear un astado con un pretexto falaz. Pero su toreo, cuando lo sentía, ha sido siempre genial, irrepetible. Ya lo cantó también brillantemente el escritor y biógrafo de Curro, Antonio Burgos en su último libro titulado" Curro Romero, la esencia". Y es que cuando toreaba Curro, se creaba en la plaza una especie de comunión entre el público, torero y toro, algo mágico, milagroso, de fuerte transmisión estética y emocional.
Una actuación inspirada de Curro Romero no se podía contar, no se podía explicar. Resulta difícil catalogar a su toreo, encasillado: no es sevillano, no está agitanado, más bien rondeño pero no totalmente. Es... personalísimo, inconfundible, irrepetible. Curro Romero, sin más.
|