En ninguna manifestación de la actividad humana se prodiga tanto la palabra aficionado como en relación con las corridas de toros. Los toreros a veces, en un brindis de orden general, han dicho sentenciosamente, girando el cuerpo con la montera en la mano, "brindo por la afición". ¿ Qué quiere decir con esa Frase? Si aficionados son todos los que, espontáneamente, acuden a una corrida de toros, el brindis está dedicado a la Plaza entera. Si aficionado es el que ejercita en el toreo por gusto, y no por profesión, entonces ya el brindis queda reducido considerablemente; si aficionado es el que ha visto, estudiado y meditado en torno a la actividad taurina, entonces el brindis se reduce mucho más, hasta el punto de que habrá corridas a las que no asista ni un solo aficionado de este tipo. Todo esto, el torero, si no lo sabe, lo presiente, y por ello, cuando quiere dedicar su trabajo a todos los asistentes, ya no habla de aficionados, y suele decir: "brindo por el público en general".
Tenemos, pues, en una Plaza de toros al aficionado, en las distintas acepciones de esta palabra, y al público en general. Lo difícil es determinar quién es aficionado y quién público en general. Esto no obstante, podemos as que la fiesta de toros vive, no gracias al aficionado, sino gracias al público en general.
En el teatro se llama aficionado al que representa comedias por afición, y aun el que las escribe y no las estrena. Después están los críticos, que tienen por profesión juzgar comedias, y por último, como en los toros, el público en general, gracias al cual vive el teatro. En suma, que todo espectáculo requiere expectación, y, a su vez, no puede existir expectación sin espectadores, es decir, si publico, sin respetable público.
Muchas veces, cuando creemos entender de una cosa no disfrutamos con ella. El sentido crítico contiene los impulsos intuitivo s que llevan a nuestro espíritu a la protesta y al entusiasmo. El crítico asiste al espectáculo en cumplimiento de un deber muy difícil y penoso, pesando en él, de un lado los prejuicios, y de otro, la responsabilidad. El respetable público, en cambio, asiste allí por propia voluntad, gastándose su dinero y con el propósito de distraerse, de divertirse, de emocionarse. Muchas veces se dice que el público no entiende, y yo pienso que lo más maravilloso de la expectación se halla en no entender. En cuanto la expectación se convierte en acto reflexivo, es decir, cuando la intuición no funciona y empieza a funcionar el juicio, el espectáculo deja de ser espectáculo y empieza a convertirse en tesis. El buen espectador suele decir: yo no entiendo, pero me gusta o no me gusta.
Ahora bien, en los toros el llamado aficionado juega un papel importante. El empresario, y el torero, y el ganadero, dicen muchas veces que hacen sacrificios en aras de la afición. Y aun en esto de la afición taurina hay una escala superior, la de los inteligentes. Mejor sería llamarlos entendidos. Establezcamos, pues categorías en la expectación taurina: inteligentes, buenos aficionados, aficionados sin ningún adjetivo y público en general. Y del público en general, aún sacamos dos categorías, la del que no es sino público, respetable público, y la del abonado. Esto es importante en los toros, el ser abonado, y mucho más el ser viejo abonado.
En general, podemos ar que las grandes categorías artísticas no las hace el juicio crítico de los doctos, sino la intuición de la multitud.
A veces, el público se equivoca, y toda equivocación colectiva suele traer graves consecuencias; pro, aun en estos casos, más tarde o más temprano el público rectifica, y hasta reconoce, tácitamente, que se ha equivocado. Más difícil es que reconozca su equivocación el crítico, que también suele equivocarse con lamentable frecuencia. Pero se dirá, ¿Para ir a los toros no hace falta entender? No, no hace falta entender. Yo he asistido a los toros con extranjeros que veían una corrida por vez primera, y que se han entusiasmado y emocionado, como no es posible que se entusiasme y emocione ningún español habitual a la fiesta, y aun han descubierto en ella matices que yo nunca pude percibir. Vi el pasado año una corrida en la Maestranza con mi amiga Lena Herzog, la fotógrafo norteamericana de mi último libro Tauromaquia. En aquella corrida torearon Eulalio López "Zotoluco", José Pedro Prado "El Fundi" y Juan José Padilla frente a los astado s de Miura, en el último día de la Feria de Abril. Pues bien, Lena me dijo cosas de los toros verdaderamente admirables, par terminar en que Blasco Ibáñez y su libro Sangre y Arena, con todo su colorismo literario, no le había dado ni remota idea de lo que era una auténtica corrida de toros, toros. Emocionarse en un espectáculo es fácil; perder el juicio a contribución del espectáculo, no es fácil ni conveniente. Esto constituye una profesión. Por esto, los artistas, por eminentes que sean no necesitan ni de aficionados, ni de inteligentes, ni de críticos...; necesitan espectadores, a ser posible, espectadores en estado de inocencia. Es decir, que el arte vive gracias al público en general; gracias al respetable público.
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