Quizá no hay nada que remueva en nosotros el juego de las ideas como la paradoja, y Don Tacredo López puede ser un buen punto de partida para discurrir en tomo al valor, un punto de partida, para ver si llegamos a determinar en que consiste el valor español. Digamos, en primer término, que el tancredismo no arraigó entre nosotros, precisamente, por ser un ejercicio que no tenía nada de ver con el valor. Don Tancredo fue un gran mixtificador del valor. Y él mismo, aunque se llamaba el rey del valor, se preciaba, más que de desafiarlos, de sugestionar a los toros, es decir, de robarles la voluntad, a la manera de los encantadores de serpientes. Por esto, el tancredismo murió en seguida, porque no podía vivir, porque conocido el truco, se pierde la emoción, y porque al año del ejercicio de cada esquina salía un Don Tancredo.
Tuvo, sin embargo, su mérito Don Tancredo, el de ser el único sugestionador de toros que poseía una fórmula eficaz de hipnotismo, para el toro. Porque todos los demás hipnotizadores de toros que se conocen, a mitad de la suerte, han salido por el aire. Don Tancredo, pues, no fue un producto español. Lo nuestro es torear. Es decir, 10 contrario de permanecer como pasmarotes, fingiéndonos cosa inerte, seguros de que el toro no ha de embestimos. Lo nuestro es desafío al toro y burlarle, y hacer ésto con garbo, con gracia, sin perder la sonrisa. He aquí frente a frente, a Don Tancredo y al espontáneo. En el primero, todo es previsión y cálculo, en tanto que el segundo se entrega al azar de la suerte, a 10 imprevisto.
Al fin y al cabo, el torero, es un valor profesional y hay en el toreo mucho de caracterización, de disimular el miedo, en tanto que el espontáneo se lanza al redondel en el instante de más peligro, y 10 hace en virtud de un impulso irresistible, sin arte y sin orden ni concierto, tambaleándose por el albero como un borracho del valor. La gente gritaba siempre contra el espontáneo, pero él no atiende a nadie, ni ve, ni oye, ciego hacia la muerte, por 10 que la gente suele decir que son suicidas. Y esto, sí que es español, la espontaneidad frente a todos los riesgos. Claro es que siempre son más los que ven los toros desde la barrera, que los que se tiran al redondel, más en una plaza de toros, viendo a la gente gesticular y dar gritos, y revolverse en el asiento, un observador imparcial diría que todos, en potencia, son espontáneos, y que poco a poco que se les instara, se arrojarían al redondel.
Lo malo es que la tendencia a la espontaneidad se advierte en todas las actividades. Es 10 que podríamos llamar valor dinámico, en tanto que el tancredismo consistía en no moverse, vestirse de fantasma y no moverse, hacer en suma, el espantapájaros. Así el Don Tancredo tuvo que venir de fuera, y se presentó sin ningún antecedente en nuestra tradición, en tanto que el espontáneo es tan nuestro, que no hay historia de caballería sin espontáneo, y posiblemente el Cid, desafiando al conde Lozano, fue nuestro gran espontáneo, el muchacho que, por impulso irresistible, se lanza al redondel, sin meditar ni un momento sobre la muerte.
Quizá por esto la diversión más apasionante de nuestros pueblos sean las capeas, en las que cada uno es libre de poner en riesgo la vida a su manera, y si dejamos a un lado los toros, advertiremos esta misma tendencia en la política. La política española está llena de espontáneos, y nuestro Parlamento toma, no pocas veces el aspecto de capea. Lo importante es improvisar y meterse de lleno en el peligro a paso del espontáneo, huyendo de los que le quieren retirar, y acabando, generalmente, por hacer el ridículo. Porque el desenlace de la espontaneidad suele ser, salir entre dos guardias, y hasta el punto, que el espontáneo tiene más miedo a los guardias que al toro.
De haber prosperado Don Tancredo, hubiera sido un desmoralizador. El tancredismo no es sino hacer frente a los acontecimientos frente a un pedestal. Don Quijote, personaje bien representativo de 10 español, no hizo el Tancredo, sino una vez, frente a los batanes, y esto bien contra su voluntad. Gran espontáneo Don Quijote, dispuesto a tirarse al ruedo por un pretexto cualquiera. Y así, nuestros descubridores, y conquistadores y capitanes todos espontáneos tirándose al peligro de cabeza. La prueba más concluyente de que el tancredismo no es l( nuestro, es que Don Tancredo se fue y no ha vuelto. El español no quiere imponerse al toro por el temor. Prefiere hostigarle, para que embista y se defienda; no eludir el riesgo, sino buscarle. Lo típicamente español es plantearse conflictos, crearse riesgos...y no bien el riesgo asoma, tirarse a él de cabeza, sin reflexión y sin medida.
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