Por Ignacio de Cossío
Hay profesiones que duran poco tiempo, y es muy difícil en ellas, cuando se abandonan, que el individuo que culminó su ejercicio, siga viviendo sin haber perdido su personalidad. El retirado en cualquier profesión ya física, ya intelectual, de año en año, se va borrando difuminándose en nuestra memoria, y el olvido le sigue los pasos. Quizá la leyenda de sus grandes triunfos se perpetúe en los libros, mas los destellos de su personalidad se han perdido. Suele entonces refugiarse en el recuerdo de lo que fue, en un triste soliloquio. El futbolista, por ejemplo, ya que el fútbol es, quizá, la actividad que más apasiona en nuestros días, por la gran popularidad que ha lacanzado, una vez apartado de su oficio va borrándose en la vulgaridad de lo cotidiano.
Los toreros en España han tenido marchamo de héroes populares, mas han sido muy pocos quienes una vez retirados de los ruedos conservan el prestigio de su arte, ya que esto no puede conseguirse sino teniendo una personalidad muy fuerte y porqué no una acusada simpatía. Aquí en Almería descansa todavía casi intacto el recuerdo de su primero y más ilustre matador de toros, Julio Gómez “Relampaguito”, maestro vanguardista que llenó una época en su tierra, y que una vez retirado de su oficio aún conservó integro su carácter.
Quienes no vieron torear a Relampaguito, y lo conocen y atisban simplemente viéndole andar por las viejas fotografías y crónicas de los periódicos que disecados como mariposas reposan en las hemerotecas, han de reconocer lo que fue por lo que representó, y sigue representando en esta tierra.
Julio Gómez “Relampaguito” nace a los pies de la Alcazaba almeriense el 24 de noviembre de 1884, en la calle Encuentro número 20 y lo hace en el seno de una familia humilde y sin tradición taurina. Desde muy niño trabajó en diferentes oficios como aprendiz de panadería o acarreador de toneles de uva en el muelle, hasta que pronto llegó a formar parte de la célebre cuadrilla de niños almerienses a lo que llega a través de amigos y compañeros de fatigas.
En la cuadrilla infantil almeriense, organizada por el banderillero local Francisco Aloy Caldera con la ayuda de Manganote, un diestro retirado, figuraban como nóveles matadores Francisco Moreno “España” y Amador López “Borinqueño”, y de baderilleros, Jerónimo García “Chicharito”, Francisco Andujar “Ciérvana”, Manuel Alarcón “Cofre”, Nicolás Visiedo “Tiroliri” y el propio Julio Gómez “Relampaguito”, que ya comienza a apodarse así por lo nervioso y entusiasta de su carácter.
Por tanto Relampaguito comenzó sus primeros pasos en el mundo del toreo de banderillero en su primera temporada, suerte ésta la de las banderillas que pronto dominaría, acompañándole desde su presentación en Almería a los catorce años de edad hasta el final de su carrera con aquellos tan recordados, eficaces y airosos pares. Paradójicamente y pese a su corta estatura, no sería en ésta sino en la suerte más suprema de todas donde adquiriría la fama y el reconocimiento de la profesión en su larga trayectoria taurina. Su valor, vista y firmeza, ayudados de un pequeño impulso muy propio dotaban al último tercio de una estética especial. Así pues, los aficionados pronto se acostumbraron a cantar el réquiem del toro tan pronto como juntaba las manos y descubría el morrillo.
Julio Gómez Relampaguito, tras varias intensas campañas como maletilla en diversas localidades de la provincias de Almería, Jaén y Córdoba, debuta con picadores con mucho ambiente y éxito ante un encierro de Pablo Benjumea el 29 de junio 1902 en la plaza de toros de Almería. En aquel día sucedería una de las primeras y más celebres anécdotas de que se tiene recuerdo del diestro andaluz. A la hora de comenzar el festejo, Julio Gómez hallándose indispuesto marchó hacia la enfermería para que le practicaran un vendaje en una pierna herida con anterioridad. Sonaron los avisos pertinentes, sus compañeros, Lagartijillo Chico y Bombita III, decidieron hacer el paseillo sin él, y el público, al percatarse de su ausencia, montó en cólera. Cual sería el escándalo que se organizó que hubo hasta lanzamiento de botellas, viéndole obligado el presidente, el entonces Teniente Alcalde de la ciudad el señor Burgos Tamarit, a ordenar repetir el paseillo con Relampaguito al frente del mismo. Al día siguiente las crónicas ensalzaban su variedad de quites y aquella célebre forma de matar los toros al volapié que le haría más tarde tan famoso hasta el punto que pronto se ganaría con creces el pseudónimo de El Cid de las Tizonas.
Un poeta isleño de nacimiento pero almeriense de sentimiento, Francisco Montero Galvache nos habla de su estocada:
Terciada fue su estatura morena, pero tenía la alcazaba de Almería de pie sobre su bravura. Tan fulgurante la hondura asombró en su estocada, que su acero, fue plomada de matador infinito. Solo fue Relampaguito , siendo tormenta su espada.
Dos años más tarde de aquel debut almeriense, la cuadrilla se disuelve y le representa el primer apoderado y alentador de peso, que significó un paso crucial en el devenir profesional del diestro almeriense. Este no fue otro que el escritor y poeta Juan Cuadrado Ruíz que es quién decide dar el paso de ir a Madrid y viajar por España.
Finalmente y tras muchas negociaciones Julio Gómez “Relampaguito” vestido de nazareno y oro pisa por vez primera el ruedo del viejo coso de la carretera de Aragón de Madrid un 3 de julio de 1904, alternando con el sevillano Ángel Carmona “Camisero”, más conocido en las librerías que en los ruedos por su Consultor Taurómaco Universal; y el pacense Manuel Mejías Rapela “Bienvenida” , patriarca de la dinastía del mismo apodo, un torero alegre y vistoso, más en la línea de Guerrita y que amaba los tres tercios pese a matar de manera irregular. Cerraban cartel tres novillos de Veragua y otros tantos de Pérez de la Concha. Las faenas de nuestro torero fueron narradas con entusiasmo y la afición madrileña pronto lo catapultaría como imprescindible para los próximos años.
Madrid fue un referente profesional y personal en la carrera de Relampaguito. Allí volvería para confirmar dos años más tarde y allí cosecharía sus mejores éxitos artísticos con el paso del tiempo. Dos madrileños con él compartirían con los años triunfo y amistad como fueron, el propio Bienvenida y mucho más tarde Marcial Lalanda.
Almería no tuvo que esperar mucho para celebrar su alternativa y la cita se fijó un 28 de agosto de 1907. El coso registraba un lleno de no hay billetes y para la ceremonia se buscó un padrino de altura, como el sevillano Ricardo Torres “Bombita II”, un torero de los llamados largos, pero sin la elegancia de Lagartijo ni el poderío de Guerrita que se hace con el mando del final de una generación de transición y por tanto en crisis hacia el toreo moderno. Ejerció como testigo de la alternativa el cordobés Rafael González “Machaquito”, un valeroso diestro que mataba sus toros con mucho acierto y rotundidad. Los toros fueron del Marqués de Saltillo y el toro de la efeméride se llamó “Algarrobito”, de pelo cárdeno claro y marcado con el número 149. El maestro vistió de blanco y oro y la banda de música no paró de interpretar su pasodoble. Dos faenas cortas pero llenas de poder y de mando, rematadas de sublimes estocadas, sello de la casa. Bombita y Machaquito no anduvieron a la zaga y también salieron a hombros. Resultó una tarde para la historia en donde Bombita llegó incluso avisar a Machaquito que con el tal Relampaguito se temía le había salido al fin un digno competidor.
Nuestro maestro llegó a torear compartiendo cartel con toda la torería de su tiempo, sumergida en una generación heredera del XIX aunque cronológicamente correspondiera al siglo XX. Antonio Fuentes, la elegancia sin ambición; Bombita o la tauromaquia completa; Machaquito y su valiente estocada; Rafael El Gallo y su celeste imperio gitano; Bienvenida Padre y la alegría del apunte; Vicente Pastor y su acero castizo; Rodolfo Gaona y su gracia primitiva; Manolete padre, oficio y valor ciego que hasta tuvo que ponerse gafas para matar sus toros; Chicuelo padre, mágico cristal suicida para moldear artistas; Vicente Barrera o el descabello en constante movimiento; hasta alcanzar la época dorada de José y Juan a principios del XX con su gran revolución del toreo moderno tal y como hoy la conocemos; y tras su estela Marcial Lalanda y el poderío de las mariposas de plata; Félix Rodríguez, el mejor heredero de Gallito por su clase, valor y largura de repertorio y tantos otros hasta el año treinta. Todos ellos se sorprendían como un torero de la clase de él fuese poco requerido fuera de su feria conservando unas condiciones excepcionales para la lidia. Una o dos al año le bastaron a Relampaguito para volver a cortar los máximos trofeos y renovar su brillante cartel local.
En la confirmación madrileña, acaecida el 24 de octubre de 1907, repite cartel con Bombita II que le cede la muerte del toro de Luis da Gama de nombre “Gazapito”, y quien llegaría a ser otro de sus grandes amigos dentro de la fiesta, Rafael Gómez Ortega “El Gallo”.
Así, Relampaguito aterriza con todos los honores en un escalafón casi desértico de figuras toreras, dejando la llanura a los grandes ganaderos que toman las riendas de la fiesta, después de la dictadura de Guerrita. De este modo, aparece el toro grande seleccionado a placer desde las fincas, marcados a fuego con los hierros de las divisas más emblemáticas de todos los tiempos como Concha y Sierra, Veragua, Pérez de la Concha, Murube, Anastasio Martín, Pablo Romero, Miura, Benjumea, Conradi y Santa Coloma, entre otros. No sería hasta la llegada de Joselito y Belmonte en el año doce y trece respectivamente, cuando las tornas de la tauromaquia volverían a girar hacia la montera y el estoque frente al peso y la garrocha.
Toreó Relampaguito desde el año de la alternativa cerca de una decena de corridas, y el doble en las temporadas siguientes de 1908 a 1909, incluyéndose siempre su nombre en el cartel de las corridas de abono de Madrid y en las grandes ferias francesas y mejicanas. En el año de 1910 se produce el gran salto internacional y viaja hasta Uruguay, donde repite al año siguiente en compañía siempre del diestro sevillano Antonio Pazos en la plaza de Montevideo, llegando a estoquear una corrida de Miura por 15.000 pesetas. Hasta la década de los años veinte se reducen los festejos y se mantiene con cerca de la media docena por temporada, reduciéndose más adelante el número a una sola corrida de manera casi testimonial por su feria de la Virgen del Mar, en donde siempre halló el triunfo y el calor de los suyos.
Nadie ha sabido explicar con exactitud porqué Relampaguito, que contaba con tan grandes facultades como el valor seco, la gracia del adorno y el estilo innato con los engaños unido a un estoque mortífero, nunca fue contratado en más ferias para mantener la que hubiera sido una dura competencia con las figuras de su generación y poder así alzarse con el mando en una época de constantes revoluciones. Los viejos aficionados nos recuerdan su carácter deseoso por compartir rivalidades en el ruedo sin olvidar la casi angustiosa necesidad de sentirse torero, de ahí que su singularísima personalidad nos transporte a un periodo en donde el arte del toreo no sólo era una incesante búsqueda de la perfección artística, sino que se dicha inspiración creadora se alimentaba con el sueño de sentirse uno mismo cumpliendo con sus propios ideales.
Los años más exitoso surgieron tras la alternativa en Almería en 1907, aunque existe otra fecha gloriosa en donde pisa en una de sus tardes la más alta cumbre en su tierra natal en el año 1925 en una corrida que compartió cartel con Marcial Lalanda y el rejoneador Antonio Cañero, matando una corrida de Alipio Pérez Tabernero. En aquella tarde se dieron cita muchos aficionados foráneos que tras la corrida salían asombrados de cómo se podía conservar tanta fortaleza y valor en un mismo diestro que apenas toreaba asiduamente en la temporada. Nuca se supo a ciencia cierta que fuerza sobrenatural le hacía vestirse una vez al año en la última década de su vida para conservar intactas tanta ilusión y facultades. La tauromaquia celosa guarda sus secretos y misterios que, como Relampaguito, jamás quiso desvelar.
Analizando su trayectoria de excelente estoqueador, respetado por los toros en sus envites, pues sólo fue alcanzado en seis ocasiones, descubrimos que jamás le echaron un toro al corral, pero se dio la paradoja que hasta dos toros se los tuvo que matar la guardia civil en sendas y a cada cual más pintoresca anécdotas.
La primera sucedió en la inauguración del coso de Huercal Overa, compartiendo cartel con Amador López “Borinqueño” un 27 de octubre de 1901. Se dio el caso que un astado de Rafael Moreno saltó al callejón en un momento determinado de la lidia y se adentró en los tendidos. Tras el pánico generado, los maestros tuvieron que intervenir hasta conducirlo al patio de caballo donde actuó la guardia civil con la ayuda de disparos que acabaron al fin con la vida del furioso animal.
El segundo toro de Relampaguito muerto a manos de la guardia civil, fue un ejemplar de Francisco Salas corrido en cuarto lugar en un mano a mano con Antonio Tacero “Tacerito” en la plaza de toros de Ávila el 10 de octubre de 1905. Según cuentan los que allí estuvieron, la corrida se desarrolló con normalidad hasta que Julio Gómez llegó a ser alcanzado de manera angustiosa. Entonces los auxilios tardaron un poco en llegar y nadie se percató que anocheció más pronto de lo normal hasta el punto de apenas ver en el ruedo. Así y sin la ayuda de focos artificiales y ante la imposibilidad de devolverlo a los corrales con intervención incluida de los cabestros, decidieron los militares que el disparo sería su mejor solución.
La única de las cuatro alternativas que otorgó Relampaguito, que no fue válida por haberse tomado con anterioridad, fue en la Plaza de Almería el día 3 de septiembre de 1911, y se la concedió al tosco y valeroso mejicano del D.F. Luis Freg. Los ocho toros pertenecían a la ganadería colmenareña de Vicente Martínez. Se da la circunstancia de que dicha alternativa resultó un montaje periodístico y publicitario por que la alternativa del ilustre torero azteca ya se la había otorgado el propio Lagartijillo Chico un año antes en la Plaza de El toreo de Méjico, concretamente el 25 de octubre de 1910.
La tarde de la despedida de Relampaguito daría lugar a una de las anécdotas más curiosas que se registra en la historia de la tauromaquia. Aquel 22 de agosto de 1930 se lidió una corrida de siete toros de María Montalvo puro encaste Vicente Martínez, para los espadas Julio Gómez Relampaguito que sólo mató el primer toro, Marcial Lalanda, Vicente Barrera y cerrando el cartel estaba el diestro valenciano, Enrique Torres con su elegancia capoteril a cuestas. Una vez dado muerte al primer astado, el diestro almeriense se marchó a su casa (vivía en la calle Restoy, próxima a la plaza), y tras darse una ducha, regresó de paisano a la plaza donde recibió el brindis desde el tendido de manos de su compañero Marcial Lalanda que se disponía a lidiar el quinto de la tarde.
Nunca más volvió a vestir el traje de luces, pese a participar en un par de festivales. Sus sueños se pararon en aquella tarde con aquel brindis y su espada atronadora. Desgraciadamente, un cáncer de garganta, puso fin a su vida un 28 de octubre de 1947
Aquel Relampaguito moreno de parrales y de espadas; refugio de torería y afición; Concejal de Alhama y asesor de su plaza; el de la calle Restoy y del barrio de los Ángeles; el del pasodoble de Padilla; el matador de mil trescientas reses y rey de la torería almeriense, no descansa en el camposanto de San José, sino bajo la puerta de Palcos mirando hacia su casa, esperando como esperamos todos volver la próxima feria de la Virgen del Mar con el mismo tono y el mismo entusiasmo como cuando encendía con su acero todas las luces de la plaza.
Hoy su recuerdo nos lo hace más presente aquí y entre nosotros, esperando a todos los que le queremos, difuminándose muy poco a poco en nuestra memoria y convirtiéndose en un torero celestial tentando en azules praderas en el paraíso y ofreciendo su maleta y su estoque por derecho como la primera vez que le vieron los que le conocen.
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