V Pregón de Triana, pronunciado el pasado viernes 5 de abril de 2002 a las 9: 30 p.m. en el Centro Cultural Don Cecilio de Triana, durante un acto celebrado por la Tertulia Taurina "Rafael Belmonte García".
Ilustrísimas autoridades. Señores Presidentes del Centro Cultural Don Cecilio y de la Tertulia Taurina "Rafael Belmonte García".
Buenas noches señoras y señores.
En primer lugar quisiera agradecer al Centro Cultural Don Cecilio de Triana en la figura de su actual Presidente Rafael Pérez Roldan y al presidente de la Tertulia Taurina Rafael Belmonte Jiménez, el haberme invitado a pronunciar el quinto Pregón Taurino de Triana. Gracias también al Ilmo. Sr. Don José María Torres Zapico, Alcalde de La Algaba y pregonero anterior, por sus cariñosas palabras de presentación.
Al ocupar esta tribuna en el barrio de Triana, siento una emoción grande y difícil de expresar en palabras, porque nace en lo más hondo de mi alma.
Vengo hoy como pregonero, a hablaros de toros y de Triana. De ese barrio que tan bien lleva el nombre del emperador Trajano y que desde vuestra infancia, lo sentís como un pedazo de vuestra propia existencia.
Siempre Triana se ha entendido como puerta y guarda de Sevilla. Imagen que se perpetúa con los viajeros románticos ingleses, en las viejas estampas marineras y en los barcos que enlazaban con Bonanza y Sanlúcar. Triana tan desamparada con las riadas, en esas noches en que impotentes y fuera ya de servicio sus cuatro caños, el río veloz y fuera de cauce silbaba saltando sobre las orillas y se despeñaba hacia el barrio, mientras sus dehesas esperaban que todo se calmara, a la espera de su ración de salitre que subía con la marea de Sanlúcar desde hacia miles de años.
El Altozano: la plaza de los pasos perdidos, con la vieja farmacia y la rebotica de don Aurelio, ya desaparecidas sus casas con soportales. Paso obligado de mercaderes y viajeros. Aquellos con sus tenderetes, acurrucados junto al lienzo de las murallas del viejo Castillo, luego cárcel del Estado que domina el puente y cuyos calabozos utilizó durante largo tiempo la Inquisición, y al fondo su fiel del Abasto del Altozano.
La puente de barcas, cordón umbilical que unía a Sevilla con Triana. Su molino de pólvora en la vieja calle Orilla del río y que un 18 de mayo de 1579 hicieron volar medio barrio y retemblar toda Sevilla, expulsado después, primero del sitio de las Bandurrias donde lo llevaron, para terminar en Cuarto. Calles Cuatro-Cantillos, Matamoros, Cuchilleros, Esparterías, Barrionuevo, Palomar, Vinagre, hoy Alfarería. Su Corpus Cristi y los gitanos detrás de las Mínimas, dedicados a la forja del hierro, a la soldadura y venta de caballerías, con sus importados atavismos. Vinieron con las tropas de Granada tras la reconquista y aquí se quedaron.
La Cava de los Gitanos y luego con la guerra civil, la de los Civiles, la pila de los Gitanos de Santa Ana, Campo de Justicia, calle Castilla, la más antigua con la calle Orilla del Río, con sus "almonas" donde se fabricaba el jabón blanco, conocido también por jabón sevillano y con su callejón del Estudiante. La industria del alfer, del barro que extraían de los campos de Tablada y de los alrededores de la Cartuja en la Isleta de San Jerónimo.
Se ha roto hace unos días esa melancolía y pesadumbre que inunda al aficionado, cuando las plazas de toros vacías guardan su letargo invernal. Ya la barrera está pidiendo el salto. Se inicia la danza: están con el toro en la plaza, colocados en sus puestos los peones, los picadores aguardan sobre sus caballos. Al frente el maestro. Se inician las suertes y en el fondo de nuestro corazón el recuerdo de Juan Belmonte, sólo en la marisma, con la luna contemplándole, valiente estampa de espontaneidad, entre la desnudez y el oropel de la ceremonia, siempre sólo, siempre frente al infinito.
Este año se celebrará la Feria taurina de Abril, homenaje como cada año al toro de lidia, en la Plaza de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Es precisamente ese espíritu originario, el toro, único punto de referencia entre las coordenadas de la fiesta, lo que sustenta todo, y cuando os digo esto os traigo como ejemplo al poeta Femando Villalón que nos trae el eco de los toros acosados en las marismas, que se encampanan con los barcos que pasan sobre el río y que suena como una llamada primitiva y cansada a lo largo de todo el río.
Hace ya muchos años, frente a Triana, sentí por vez primera la fascinación de ese milagro que, bajo el sol poderoso y más alto que los cielos azules, son las corridas de toros.
Si nos remontamos un poco, aparece en nuestra imaginación, como un viejo cliché, como si hubiéramos vivido el momento, el momento de la desaparición del antiguo y primitivo toreo a caballo. Se hace bajar al caballero a la arena de la plaza, tomando las riendas del espectáculo y apareciendo junto a él, en segundo plano, los varilargueros, hombres rudos y de campo, lejanos de los usos caballerescos.
Ese paso que boira al caballero montado de las plazas de toros, da un papel lucido al toreo de a pie, que se convierte en una profesión, lejos del divertimento de los caballeros montados y cubiertos y hace entrar el mundo de los toros en el plebeyismo, pero que poco a poco adquirirá sabor popular.
Este nuevo mundo es sangriento y brutal, próximo a los mataderos, pero que como todo lo temblé ha permanecido siempre junto al hombre, en esa tradición milenaria y primitiva que es el mundo de los toros. Los descabalgados caballeros se enfrentan por primera vez de igual a igual con la bestia, hundidos sus pies en la arena de los ruedos, sin ventajas, convirtiendo al toreo en verdadera estrategia.
Del viejo correr de los toros por los caballeros, a salvo desde lo alto de sus monturas, se pasa, como de la noche al día, a los toreros de a pie, que frente a la velocidad y el galopar de los caballos, hacen surgir un ritmo y una lentitud hasta entonces ignorados, lo que supone una revolución y una nueva forma de contemplar este mundo, en el que aparecen como nuevos protagonistas toreros, banderilleros y varilargueros, a cuyo son nacen nuevos lances y se ordena el mundo de las corridas de toros en tercios y así picar, banderillear y matar, marcan la sucesión de los mismos, con una estrategia implacable, pero siempre bajo un denominador común, el no tomar ventajas.
Creo que fue el torero sevillano Pepe Hillo el que por primera vez dio con la tecla, con ese lance que se dio en llamar cargar la suerte, antesala del templar y mandar, cuando lo ejecutó por vez primera y lo dejó, así como es, para siempre. Abriendo el compás, permaneciendo derecho y moviendo un pie, cualquiera que fuere, hacía atrás, y así podía torear a un lado y a otro, sacando la capa por debajo. Una impresión de hondura y brillantez prendía de inmediato, y el silencio tomaba la voz de la plaza, que enmudecida por instantes, rompía gloriosa, feliz, en un estruendoso ruido que hacía temblar los gallardetes; y cuya muerte inmortalizada por el lápiz de Goya, hizo ponerse de luto a toda Sevilla.
Frente a la Real Maestranza y en la margen derecha del Guadalquivir aún sigue Triana, la vieja Osset, citada por Plinio. Siempre a la espera de las "mareas" de las atardecidas, separada de Sevilla por el puente de barcas que osó romper el cántabro Bonifaz. Es la otra Ciudad, con su catedral de Santa Ana, de gitanos y de payos; de alfareros, toreros y "cantaores" y de herreros con sus martinetes y doblas y como se ha dicho por un gran trianero, siempre bajo el manto de su Esperanza, tan marinera y que es de Triana, reina, madre y capitana.
Desde la puerta del Aljarafe, al otro lado del río, mirando siempre a Triana desde el balcón de la Maestranza, está la otra Ciudad, tan unida a Triana, porque, no se olvide por algunos, que es más espesa siempre la sangre que el agua.
Coman tiempos duros en los que el an'abal buscaba su identidad en viejas casas de vecinos, en riñas y trifulcas domésticas y sobre todo ello en las fraguas, que marcaban la línea entre los habitantes de la Cava de los Gitanos y la Cava de los Civiles. La fragua, un infierno oscuro, ardiente en el que sobre su algarabía se afirmaban los cantos y los bailes de los gitanos.
El empaque de Cagancho y el temple de Gitanillo de Triana, amigos desde niños, trianeros los dos y los dos hijos de herreros de la fragua y parientes de cantaores grandes, rompen con esas fraguas y desesperadamente luchan con todos los torerillos trianeros, por sobrevivir y triunfar en los viejos corralones de Tablada. Los dos profundizan en el toreo de Belmonte. Mientras que Joaquín llena de majestuosidad y belleza el toreo trianero, siempre con las manos a media altura, elegancia y estilo irreprochables, gran plástica gitana y con la espada el mejor; Curro hace lo propio con el temple en su toreo de capa, bajando las manos hasta tocar las piernas. Arte gitano, de la Cava de Triana, que llega a formar dinastías heredadas, de Tragabuches y El Lavi, que concibe el toreo como un arte, la estética de la figura como un saber estar, el ritmo de movimiento y la gracia del adorno.
Un 31 de mayo, en Madrid, un toro del ganadero charro Graciliano Pérez Tabernero, de nombre Fandanguero, pone fin a la vida de Gitanillo de. Triana, derribado, caido sobre la arena a la que ya la sangre del toro había ennegrecido, cosido a cornadas, machacado y en cuyo parte médico se le mencionaba, evidentemente por su extrema gravedad, como "el pobre torero de Triana". Gitanillo de Triana entra con paso firme y seguro en la eternidad, recogiéndose en el cielo de los toreros de Triana, al que llegaba desnudo de equipaje pero con su verónica, ese minuto de silencio, según Cossio, suave, lentísima, con el cuerpo erguido, las piernas en posición de sustentarla, ni muy abiertas, ni juntos los pies, las manos bajas. Murió y se llevó para siempre su verónica, y nos recuerda lo que cantó Villalón a otro entierro presentido:
"que me entierren con espuelas y el barboquejo en la barba, que siempre fue un mal nacido quien renegó de su casta".
Descanse en paz, torero, gitano y trianero, hoy con todos los toreros y gitanos de Triana, en su cielo. De ese mundo duro escaparon Rafael y José Vega de los Reyes, Vicente Vega Humanes, los Curro Puya (Francisco Vega Serrano y Francisco Moreno Vega) y el gran Chicuelo con sus chicuelinas de la calle Betis, que se entrenó en el campo de Salamanca en Tejadillo y en Terrones, donde se formó como torero, con los ganaderos Sánchez y que conservó esa gracia innata y su carácter modesto, con un toreo genial, hijo de matador de toros, que huérfano de padre fue prohijado por su tío Eduardo, el banderillero Zocato. Gracia y personalidad en una fértil imaginación y ahí quedaron sus pases del delantal y sus verónicas, que en tardes de inspiración igualaba a los más grandes y del que se dijo:
"La verónica cruje suenan caireles que nadie la dibuje fuera pinceles".
Antonio Montes, matador de toros trianero, algo sordo y monaguillo en la Catedral de Triana, representó para los torerillos en ciernes en Triana a primeros de 1900 el papel de maestro. Resucita una manera de fijar los pies en el suelo -escriben los que le conocieron-, como si los tuviera clavados, siempre a la espera de la acometida con asombrosa tranquilidad, cargando la suerte con desahogo e inteligencia, y despidiendo a los toros con los vuelos del capote en vertiginosa salida. Era un toreo de buena escuela, clásica y rondefia por mas señas, con los pies quietos, haciendo volver y revolverse al toro al que desafiaba y burlaba desde tan cerca. Su capacidad de abstracción en los momentos críticos, se decía, nacía de la sordera del torero. Una entrada a volapié en Méjico al toro Matajaca, le causó la muerte. Es simbólico y trágico su entierro en Méjico, donde un accidente con los blandones del catafalco, al prender fuego, redujeron a cenizas el féretro y carbonizaron su cadáver.
V PREGÓN TAURINO DE TRIANA (SEVILLA 2ª Parte
Triana es siempre creación y por ello nos es posible, cuando cruzamos el río y nos recibe triunfador Juan Belmonte, desde el Altozano, encontramos en la ciudad de ayer y pese a ello, que todo parezca nuevo, imprevisible e irrepetible como un primer amor, porque la Ciudad está contenida en el genio de sus gentes. Es la entrega de los suyos la que la hace grande, aquello que hizo nacer grandes toreros y poetas, y a la que las mismas pasiones de los suyos la engrandecen, convirtiéndola en estructura divina con rostro humano, porque Triana como cada flor es, en sí misma, la negación de las demás.
Belmonte jugó y corrió en su Triana, ajeno aún a la eternidad que un día, que eligió el mismo como hizo con todo, le abrazaría para siempre, ausentes ya el amor, el dolor y el goce, mientras su mandíbula, rota en mil pedazos, ocultaba la tragedia íntima del envejecimiento y de la anticipación del morir.
Para torear de día en la dehesa, decía Belmonte a su biógrafo Manuel Chaves Nogales, atravesábamos el río a nado. Dejábamos la ropa escondida en los matorrales y nadábamos desnudos. Erguidos toreábamos en la dehesa de Tablada. Toreo campero, teniendo por barrera el horizonte. El guarda el Niño Vega, el Angarillero, a caballo, con su carabina en bandolera, sombrero ala ancha, que le gustaba llevar. Nos gritaba mientras corríamos, ¡venid pacá flamencos, venid pacá! Yo quería torear como Antonio Montes. De noche había que llevar al toro muy ceñido y toreado, pues si se despegaba se perdía en la oscuridad de la noche, y -continuaba diciendo- allí en la plaza del Altozano jugábamos al toro y al acoso y derribo, con la pértiga con la que echaba el cien-e de la tienda de mi padre, acosando y derribando perros.
Había sido Belmonte el mejor, pues se había doctorado en la Universidad taurina de Triana y desde un principio le acompañó ese carácter cuasisagrado que acompaña al genio. La soledad y la solemnidad eran sus compañeros naturales, adobados de arte, valor y magnanimidad y de un sano y recto vivir, y de ahí que desde el primer momento marcó profundamente a todos los aficionados, como recordaba ese gran y culto aficionado trianero el Doctor León Castro, cuyo recuerdo pasea por la calle Pureza.
El pasmo de Triana, exigente e hipercrítico consigo mismo, el mejor de los mejores, capaz, por aristocracia espontánea, de sensibilidad y de coincidir y tratar con los más delicados poetas y escritores, hasta el punto de que Gerardo Diego nos cuenta que, tras una corrida, le acompañó a su habitación, donde sobre la mesilla de noche tenía el Discurso del Método de Descartes. Era por natural y por derecho un trianero cultivado.
Se le comparó con Joselito, quién -según escribieron los que le conocieron- tenía un toreo de raza y danza gitana y creaba en torno suyo una atmósfera de alegría melancólica, de delicada borrachera de los sentidos. Belmonte era el torero de la tristeza, que sobrecoge hasta el mutismo, sus oles son roncos y angustiados, son alaridos y trémolos de pasión profunda, como el cante jondo. Belmonte, con su silencio elocuente, incorpora al toreo la tercera dimensión: la profundidad. A la gracia eleva la solemnidad y el gesto heroico de la lentitud. Las verónicas de Belmonte pesan. Gerardo Diego llega a decir que admira a Juan Belmonte y a don Antonio Machado, de modo distinto, pero con análoga intensidad. Los versos lentos, muy lentos y graves de don Antonio son como los lances infinitos de Belmonte. Todo se detenía. No se movían más que los abanicos sofocados bajo el sol.
Fue también el mejor heraldo de Triana, orgulloso de sus raíces, de sus padres, de sus hermanos toreros, José y Manuel, del que dijo como torero, "sabe más de lo que conviene" y de la tiendecita de su padre en un hueco del viejo mercado de Triana.
Traía recuerdos de un barrio de zurradores y pescadores; de sederos, entalladores y pintores; de toreros y azulejeros, trabajadores del puerto, carpinteros de ribera y aprendices de calafates, en los que el arte, con sus divinos destellos, todo lo llenaba y en el fondo en su memoria siempre, las ventas de Cara-Ancha y de Camas, sus primeras escapadas de torerillo y las dehesas de Tablada, balsas de aromas que dilataban las narices, abrumando el cerebro. Los toros aislados aquí y allá, entre charcas salobres, iluminados de un azul ceniciento. Gerardo Diego, antes de hablar de Belmonte, empieza situándole en el lugar, Triana:
"Torerillo en Triana frente a Sevilla cántale a la sultana tu seguidilla". "Ay, río de Triana muerto entre luces". Para concluir con la oración por Juan Belmonte muerto, con quién tanto quiso, que es impresionante y acongojante:
"Ten compasión, Señor, de tanta gloria y tanta muerte y tan rebelde ruido. Era un hombre no más, solo y desnudo esclavo encadenado a su memoria".
Para terminar diciendo: Todo el ruedo se ha abierto en horizonte.
Y como lanceaba y que alegría. Apiádate, Señor, de Juan Belmonte,
¡Oh toreros de Triana, que llevaron el nombre de su barrio por todo el mundo, por muchos olvidados. Francisco Ojeda "El Trianero", que toreó a finales de 1800; Manuel y José Belmonte; Juan Belmonte Fernández; Juan Carlos Beca Belmonte; Juan González Jiménez "El Trianero"; Angelillo de Triana; Francisco Ojeda "Trianero", muerto un mes después de una tremenda cogida en la plaza de Puerto Príncipe en Cuba en 1893; Leoncio García "Triana" en la cuadrilla de Ignacio Sánchez Mejías; Antonio Roldán "Trianero" nacido a principios del XIX; Francisco Mena "Triana", matador de toros en 1928; Torerito de Triana; El Andaluz, torero auténtico, puro y verdadero, al que un toro de Urquijo en Madrid mermó sus posibilidades; el trianero Padilla, de vida airada y violenta, que terminó con un tiro en la cabeza; El Yoni, cuyo toreo de capa era un resumen de personalidad, dignidad y de gracia; Pacorro de Triana; Quinito y su pureza sin límite; Manuel Maera y su valor escalofriante; Paquito Casado, eterno rival del rubio de San Bernardo en la década de los cincuenta; José María Sussoni, compendio de hondura y verdad; Rafael Astola y su toreo de capa exquisito y lleno de gracia; Antonio Chaves Flores, criado en una familia de picadores que pronto llegaría a ser "el tercer hombre" con Litri y Aparicio, para más tarde ser la sombra y los ojos que guiarían al Viti a su mejor época. Antonio corría los toros a favor del engaño y por delante sin cruce ni permuta de terrenos, sin quebranto para el animal.
De Oro y Plata está lleno este barrio de toreros, todos con una misma concepción y un mismo estilo, basados en la pureza y la perfección del toreo, y que tiene como fondo la poesía de la tragedia; y como forma, la exaltación de la filigrana, del impresionismo y de la omamentalidad. Toreo trianero que ahonda en lo profundo, iniciado en un primer momento por la templanza y estética de movimientos acompasados del cueipo como si nos trasladásemos a principios del XIX, con el paso firme y natural de la pareja formada por el Jerezano y la Perla en sus "siguirillas" y rumbeñas o el cante agitanado de El Planeta, la voz quebrada entre ronca y afilada de Francisco Ortega "El Filio" o las "siguirillas" cantadas por María de las Nieves en viejas fondas y tabernas, antes de que el cante subiese a los tablaos.
Aquel toreo, basado en la profundidad, en los vuelos del capote y el suave compás de la muleta, sin perder en ningún momento el valor y el riesgo de la hazaña que siempre caracterizó a los toreros de esta tierra. El torero trianero navega entre la pureza de las expresiones taurinas y el valor más arriesgado, ante el baile de la muerte en la plaza, porque el torear.de verdad y la verdad del toreo, son muestras clarísimas de la verdad de Triana.
¿Acaso El Cachorro no es el verdadero retrato del Dios vivo cuando cruza la puerta de su vecino el nazareno de la O?, La Estrella no pierde la belleza en el momento más desolador del llanto, o la alegría y el encanto de la Esperanza a la que siempre le gritan guapa de hermosura. Las manifestaciones folklóricas se repiten y alternan con la sensación de lo hondo y lo puro en una rara alquimia. Lo más auténtico, sin prescindir de lo barroco, de lo trianero, de lo puramente sevillano.
Triana es lo moreno, siempre con el sentido de pureza en todas sus expresiones, se despeja de lo superfluo aunque no prescinde de esa estructura barroca, y así Emilio Muñoz, fiel conservador de las esencias belmontinas siempre destaca por su pureza, temple y temperamento al servicio del sentimiento más puro del toreo. Emilio cita como nadie con la muleta teniéndola en la mano izquierda y hacia los terrenos de afuera, guardando la distancia y al tomar el toro el engaño, carga la suerte y remata por alto o por bajo. La historia de Triana y de los toreros de Triana aún permanece abierta y se perpetúa en nuestros días con sus jóvenes promesas, hoy capitaneadas por el trianero Armando López "Azuquita", triunfador en el coso del Baratillo durante sus dos últimas actuaciones. Por eso Antonio sabe bien la responsabilidad que le tocará sortear el próximo doce de mayo en la Real Maestranza. Armando es digno heredero de la pureza trianera de Belmonte y la gracia sevillana de los Vázquez, como dicen los que le han visto. Triana y Sevilla frente a frente. O también los más jóvenes y más gitanos, que sin torear aún con caballos, han dejado una buena impronta. Vanesa Mérida, mejicana de nacimiento y trianera de sangre, adopción y sentimiento, con la gracia de sus adornos y la hermosa estética de su figura torera.
Y entre todos ellos Francisco González Moreno, Curro Vega, sobrino bisnieto del gran Gitanillo de Triana y sobrino nieto de Curro Puya, de quién puede decirse simplemente, que al que a los suyos parece, honra merece.
Cuito nos devuelve, por un instante la sombra alargada de su tío con la pierna contraria adelantada, siempre cruzándose al pitón contrario y bajando las manos hasta casi tocar tierra. Y es que estos Vega torean con el capote como si de una muleta se tratase.
En los dedos, muñecas, brazos, cinturas, caderas, piernas de todos estos grandes muchachos, se encierra gran parte del futuro de la fiesta de los toros en Triana. Nosotros desde lo alto con exaltación y pasión, aplaudiremos la música callada de su toreo.
Todo hombre tiende a convertir las cosas que le rodean y donde vive en rostro familiar, es como un lazo invisible para los ojos -captable sólo por el corazón- construido por el fervor, por la pasión y por la entrega, que sólo ve realmente aquello que se ama. Es el amor y el fervor lo que os une a Triana, apoyado siempre en las realidades más concretas: la familia, el trabajo, el alfoz, que transportan el corazón vivo de las cosas y de los hombres, entrelazados con viejos recuerdos y esperanzas que arrastráis por sus calles, donde cada paso y cada tiempo tiene su sentido y por las que desfila la continuidad, la costumbre y la tradición.
¡¡Trianeras y trianeros!!, vosotros, aquí en Triana, representáis lo que no puede morir: el rigor, la verdad, en un espacio tan maravilloso como el de los toros. Rigor y verdad, que el mundo de los toros quiere a gritos y por eso sois llamados, con todos los que aman las corridas de toros, a imponer frente a la abulia, la rutina, los toros avergonzados y manipulados y los toreros estrellas pero que no "maestros": la verdad, la tragedia de la fiesta y su brillantez. Huyendo de falsos oropeles y componendas, porque nuestro protagonista, como bien sabéis, es solo el toro bravo con la boca cerrada, desafiante y solo en el centro del ruedo, frente a la multitud, ensangrentado y tremendamente castigado, cerca ya de una muerte segura, junto a sus verdugos.
Entre Triana y su río existe una reprocidad fundamental, una polarización inacabable, y por ello no hay nada como lo que nos susurra Villalón en su oda a los garrochistas:
"Ya mis cabestros pasaron por el puente de Triana, seis toros negros en medio y mi novia en la ventana. ¡Puente de Triana, yo he visto un lucero muerto que se lo llevaba el agua!".
Del río suben al barrio en tardes de toros, público y terror, oros de opulencia, seda y miserias de la carne derrotada y rota en trágica y sangrienta lucha. Del río vienen al barrio y del barrio van al río. Y en esa inquietud de vidas pares y gemelas, que se observan atentas, el alma de la ciudad llega a poseer ondulaciones graciosas y fluideces elegantes de gran río; y con el río pasa como un espejo toda la ciudad, todos los que vivieron aquí, los que se quedaron para siempre y los que siguen; las tumultuosidades fieras de nuestro coso taurino, ese pavor instintivo, ese miedo al fracaso, ese terror en el encuentro, en el recuerdo de los que se fueron, de los valientes de Triana... y de todos los que estuvieron, de los que están y de los que vendrán.
He dicho, muchas gracias.
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