Por Ignacio de Cossío

Dios te salve Padilla

14-10-2011

El último guardián de la lidia, el último patriota que ha dado la fiesta ha caído herido gravemente en Zaragoza por sus Fiestas del Pilar. Juan José Padilla, emperador del toreo eterno que vive bajo la llama de la casta y la bravura sin cuentos ni alharacas, encontró en el pitón izquierdo de un toro cárdeno de Ana Romero, el alfa y omega de su profesión. Todo por la gloria sin apenas reparar en su tragedia que también se oculta en la arena. A veces olvidamos la generosidad, valentía y clarividencia luminosa de los toreros como Padilla, tan ausentes de poetas como de escritores que canten sus hazañas. Son toreros empecinados en dar ese temido paso, en poner un par a un toro que no lo merece para mayor gloria de la fiesta nacional. Reyes de Pamplona y Bilbao, Príncipes en Sevilla y Madrid y notarios de los hierros más prehistóricos, duros y correosos que ha dado la fiesta, así son estos heroicos toreros. Las imágenes nos relatan que Juan José en aquella fatídica tarde atravesó con un par arriesgadísimo el camino a la perdición una vez más de su cuerpo que no de su alma, como si no le importara la forma pero si el fondo de las cosas. El ciclón no se apagado en el Ebro, tampoco será ese toro el que le retire, nos advierte. El viejo rokero nunca muere, siempre tiene la moneda de su destino entre sus dedos acariciantes y aún no ha sonado la última nota del concierto. La luz se apaga poco a poco en la habitación del hospital, Padilla no esta ciego del todo simplemente empieza ya a soñar como será su regreso glorioso. La vuelta de César a la Roma Imperial, la vuelta del guardián del Vaticano. Cuantos toreros han corrido en desgracia de la misma y fea manera, en la memoria: Desperdicios, Juan José, El Niño de la Taurina, Leonardo Hernández, Lucio Sandín...todos ellos ofrecieron generosamente su valor más preciado la vista con la que disfrutaron sus mejores tardes en tentaderos a campo abierto posiblemente acosando en el campo para escuchar el turrear del toro, ese maravilloso protector del paraíso que también es la dehesa mediterránea, manantial de bravura y vida. Que se lo digan al lince ibérico y a la cigüeña negra, al águila imperial y al buitre negro, espigón de inmobiliarios especuladores. Negro, negro toro, tu siempre en el centro de todo, y a pesar de todo, un hombre, un milagro llamado Padilla se alza sobre el resto. Si tú querido Padilla, sólo con tu presencia haces que todo parezca nuevo y viejo a la vez, uniendo a este mundo en una gran familia inmortal como lo es tu lidia. Por eso y porque siempre fuiste verdad y tradición vestido de torero sabio yo te canto, Dios te salve Padilla.